Catolicismo N° 613, Enero de 2002
Plinio Corrêa de Oliveira
El gallo, el pato y la decadencia de Occidente
Para comprender el proceso de decadencia por el que pasa Occidente en nuestros días – un proceso de desdoro, a la par de un proceso causado por la Revolución multisecular que tiende a tornar todas las cosas “pardas”- voy a emplear dos metáforas, ambas inspiradas en colores: el oro y el pardo. Es necesario precisar bien las metáforas para hacerme comprender bien: una cosa es arrancar el oro; otra es comunicar un color pardo a las cosas.
El color áureo es al color pardo, más o menos como, por ejemplo, podría decirse que el gallo es al pato. El gallo es áureo.
El pato sería un gallo pardo, privado de la elegancia, del señorío y de la hidalguía del gallo. El pato sería el burgués del gallinero, mientras el gallo es el noble, el hidalgo.
El pato en su insipidez, pero también en la honestidad de sus formas, es un ave amiga del hombre. Pasea inofensivamente por los espacios que le son concedidos, no importuna a nadie, no irradia siquiera un mínimo de poesía ni de elegancia, pero sirve para ser comido.
Podríamos entonces imaginar un gallo pensante, que tuviese la tentación de admirar al pato y diese oído a lo que éste le dijese: “Yo soy un animal útil, usted es sólo decorativo. A mí los hombres me comen, usted no sirve para ser comido. Usted por lo tanto no es productivo. Usted es sólo un ente que pasea por aquí, y que ayuda a poblar el gallinero. Pero lo sabroso, el ave de banquete soy yo. En el gallinero usted es el rey, pero mi cadáver tiene una alta categoría en la mesa de los hombres para los cuales nosotros fuimos creados, y en la cual usted no es admitido. Usted va a la basura, yo voy al estómago de los hombres, soy digerido por ellos y me transformo en la carne de ellos. ¿Y usted?”.
E imaginemos que el gallo – en un momento de debilidad, tan frecuente en quien está colocado en lo alto de la jerarquía social – comenzase a dudar de su propio esplendor y se preguntase: ¿No sería mejor que yo me transformase en pato? ¿No sería esto para mí una ascensión? ¿Yo no entraría más en el terreno de lo real? ¿Yo no me debería “patificar”?
Admitamos que un gallo se convenciese de eso. Es casi inimaginable que él no buscase, ipso facto, perder algo de su elegancia, de su distinción y en el fondo algo de su morfología.
Su cabeza le pesaría, y él procuraría corta la cresta por ser inútil. El cuello perdería su movimiento. La cola bajaría y él se transformaría en una especie de pato de segunda clase: inútil como tantas cosas decorativas, y por otro lado sin belleza, como tantas cosas útiles. Reuniría en sí lo inútil y lo desagradable. Quedaría reducido a absolutamente nada.
Tal proceso sería comparable al que sufren las élites dirigentes, desde la Edad Media hasta nuestros días. Es un proceso de desdoro, al pie de la letra, por el cual cada vez menos las élites se presentan áureas. Ellas fueron perdiendo cada vez más lo rutilante que las caracterizaba.
Toda la gala, todo el protocolo, toda la pompa de la Edad Media, eran mucho mayores que la gala, la pompa y el protocolo del Ancien Régime (1). Si comparamos después el Antiguo Régimen con la sociedad posterior a la Revolución Francesa, veremos que a lo largo del siglo XIX todo fue decayendo hasta la Belle Époque (2). El siglo XIX de hecho termina con la I Guerra Mundial en 1914 – otra caída. Y por fin con la II Guerra Mundial – última gran caída -¡se acaba la era de los gallos!
El gallo se convenció de que era mejor transformarse en pato…
Notas:
(1) Época histórica que se extiende desde el fin de la Edad Media hasta la Revolución Francesa 1789
(2) Época histórica que comprende los últimos años del siglo XIX hasta la I Guerra Mundial (1914-1918).