Luis E. Dufaur

En un recuento de votos muy ajustado y probablemente disputado, en Perú un candidato que profesa ser marxista, enemigo de la evangelización y de Nuestra Señora, avanza a la presidencia, rodeado de simpatizantes del maoísmo chino y del régimen norcoreano.
Él es apenas un representante más de la ola comunista desencadenada en América del Sur y que hace poco casi se apodera de Ecuador.
Noticias sorprendentes como esta, cada vez con mayor frecuencia, caen como un rayo a través de un cielo sereno. Se podría decir que las momias resucitan de los mausoleos del comunismo y desde su versión maoísta se instalan en los centros de poder reservados por la Providencia para marcar el rumbo de la civilización en el III Milenio.
“Las lecciones no oídas de la historia”.
El repentino regreso del comunismo, que se creía muerto, asombra a muchos. Pero no a todos, señaló el influyente y perspicaz periódico milanés “Il Corriere della Sera” en un editorial titulado “Lecciones no escuchadas de la historia”.
Según él, tal asombro atestigua el hecho de que muchas personas, quizás la gran mayoría, prefieren no escuchar las lecciones de la historia.
En este cierre voluntario pesa mucho el anhelo de que no suceda nada que pueda perjudicar la placentera vida de cada día. Actitudes preconcebidas como esta hicieron que Albert Einstein dijera que es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio.
Cuando en noviembre de 1989 cayó el Muro de Berlín y dos años más tarde la Unión Soviética implosionó, parecía haberse cerrado la siniestra era inaugurada por la Revolución Bolchevique de 1917.
Millones de personas celebraron y con razón. Sin embargo, según el diario milanés, casi nadie, salvo unos pocos, a los que describe como los “mejores”, quiso reflexionar seriamente sobre el pasado.
Muy pocos eclesiásticos o laicos contagiados por la perversa utopía igualitaria marxista decidieron abordar abiertamente el problema y corregir los errores del pasado. Estaban escondidos.
Se había hecho evidente la idea extremadamente falsa de que la fuente de todos los males era la propiedad privada y sus corolarios, la libre empresa y la libertad del mercado, que naturalmente producen capital. La propiedad privada, según el concepto marxista, es una especie de “mal supremo” que genera las odiadas desigualdades entre los hombres.
En la caída de la URSS también fue evidente que la invasión del Estado y el dirigismo burocrático nivelador fueron la base de su rotundo fracaso.
En China, el dictador Xi Jinping está haciendo todo lo posible para volver a marxistizar el país y volver colocar en lo más alto la figura siniestra y las enseñanzas monstruosas de Mao Tse Tung.
No se aprendió de los errores
Casi nadie quiso pensar seriamente en ello, e incluso la memoria de criminales como Mao, Stalin y sus camaradas en la Internacional Comunista quedó intacta. No se llevó a cabo la reflexión indispensable, no se hizo el equilibrio, no se sacaron lecciones de los errores cometidos para no volver a caer en ellos.
Así es como cuando muchos pensaron que el comunismo y sus errores se habían ido y estábamos entrando en una maravillosa era conservadora, regresaron. Y la reacción fue de espanto.
La hoz y el martillo del “crucifijo” entregado a Francisco I en Bolivia -prosigue el diario italiano- no son símbolos de justicia, sino de opresión, signo distintivo de una utopía que ha generado monstruos.

El gesto del entonces presidente boliviano Evo Morales fue un insulto a la memoria de los millones de hombres que vivieron esclavos durante décadas bajo la bandera de la hoz y el martillo. Y cientos de millones que todavía viven así en vastas regiones de la Tierra.
Cuando cayó la URSS, en una marcha en Moscú los manifestantes portaban pancartas con las palabras: “Proletarios del mundo entero, perdonadnos”.
¿Y en Occidente? Quienes propagaron y llevaron a cabo estas mismas ideas criminales, ¿han pedido excusas análogas y proporcionadas?
En los ambientes católicos, teólogos, obispos e incluso conferencias episcopales enteras han favorecido estos errores disfrazados bajo teologías engañosas. ¿Corrigieron el rumbo, repararon el mal hecho y trabajaron para construir el bien opuesto?
No. Sorprendentemente, no.
Ahora esos errores están ahí, empujando al mundo hacia los viejos y satánicos abismos del crimen y la maldad.
No se puede omitir una excepción. Fue la de un gran brasileño.

En febrero de 1990, con un esfuerzo excepcional, Plinio Corrêa de Oliveira publicó en “Folha de S. Paulo” (14-2-1990), en “Wall Street Journal” (27-2-1990), en “Corriere della Sera” (7-3-1990), así como en otros 50 periódicos y revistas occidentales, el manifiesto titulado “Comunismo y anticomunismo al borde de la última década de este milenio – TFP presenta un análisis de la situación en el mundo – en Brasil”.
En el documento, denunció el papel que innumerables “inocentes útiles” de Occidente desempeñaron en la desgracia comunista, y los instó a enmendarse.
Al mismo tiempo, señalaba la aterradora colaboración de amplios y categorizados sectores eclesiásticos del Brasil, del Vaticano y el mundo con el Leviatán de los horrores morales, filosóficos y humanos del régimen comunista.
Plinio Corrêa de Oliveira, fraternal y filialmente, exhortó a estos eclesiásticos a enmendarse, a reparar el mal hecho y a comenzar de nuevo a conducir el rebaño de Cristo por el camino glorioso de la Iglesia y de la Civilización Cristiana.
Pero no fue oído. Su nombre fue incluso denigrado en susurros en los círculos políticos, en las sacristías o en los obispados.
Ahora, la Humanidad contempla con asombro el resurgimiento de ese mal satánico del que Plinio Corrêa de Oliveira quiso prevenir a los hombres.