
Apenas habían transcurrido 8 días de la Fundación del Monasterio de la Limpia e Inmaculada Concepción de Quito —donde la Madre Mariana de Jesús Torres moraría hasta el final de sus días— llegado el día 21 de enero del año 1577, a las siete de la noche cuando en el coro se entonaban los salmos de Maitines a la luz de los candiles de sebo, de pronto, se iluminó la Capilla del monasterio con el fulgor de vivísimas claridades, a punto que las monjas, dejada su prístina ocupación, no pudieron por menos que gritar a todo pecho: ¡Milagro!
Al grito se junto el repique de campanas convocatorio para la participación de los fieles ciudadanos de la ciudad de Quito.
Un estupor se sumó a otro: vieron claramente el ingreso de tres fuentes de luz: la primera montó guardia en la única ventana de la Capilla: la otra; se fijó a los pies del Sto. Cristo pintado en la pared del altar; y, finalmente, la tercera tomó sitio a las plantas de la imagen de la Virgen de la Paz, tallada en madera, de 80 centímetros de alto, traída desde España y obsequiada por el piadoso Rey Don Felipe II.
Las monjas no cabían de gozo y siguieron viendo como un sinnúmero de pequeños angelitos levantaban en vuelo a la imagen, con el amor y la reverencia de hijos a su Madre, de súbditos a su Reina, exhibiéndola como a tal; mientras el armonioso canto de miles de colibríes ambientaba el escenario de dulces trinos y celestiales melodías.
Atraídos por las voces de las monjas y de las campanas, fueron llegando piadosas multitudes de vecinos del lugar: sacerdotes, artesanos, funcionarios públicos y toda clase de ciudadanos, los cuales, por las hendiduras y junturas de las puertas espectaban el milagro, hasta que las mojas abrieron los cerrojos y dieron entrada franca a cuantos quisieron entrar; y entonces, uso caminando de rodillas, y otros, lo más devotamente posible avanzaron hasta el alta y se embebieron de dicha y felicidad ante el inusitado espectáculo de que eran testigos fehacientes privilegiados.
Es así como ocurre uno de los primeros milagros registrados en los anales de la ciudad de Quito, primer milagro, pero no el último, primero de muchísimos otros que se darían en aquel bendecido convento donde Nuestra Madre del cielo en su Advocación de El Buen Suceso daría sus mensajes de luz y esperanza para nuestros atribulados tiempos.
¡Nuestra Señora de El Buen Suceso!
¡RUEGA POR NOSOTROS!