Gabriel García Moreno Hombre de Fé y Coraje
Un día como hoy, 24 de diciembre, hace 199 años atrás, nació, en la ciudad de Guayaquil, nuestro gran Presidente: Don Gabriel García Moreno; Gran defensor de la fe y de la moral, y a quien el Ecuador le debe la dicha de poder se la primera nación en el mundo consagrada al Sagrado Corazón de Jesús.
Desde su remota infancia en la más tierna devoción, inculcada por su madre, hacia Nuestro Señor Jesucristo, La Santísima Virgen María y la Santa Iglesia Católica.
Fue tanto su fervor, que desde su temprana edad, se vio interesado en servir más de cerca a ese Dios que no muere y consagrarse al servicio del Altar, pero en los planos de la Providencia se encontraba que él no había sido enviado para ser sacerdote, si no para escoltar al sacerdote, espada en mano; esto es para ser el Obispo de lo exterior, según la bella expresión del emperador Constantino.
Sin embargo las circunstancias borrascosas de su vida pública lo llevaron a detenerse un poco en sus arranques hacia Dios, hasta que por una acción de la gracia sucedió este hecho, relatado a continuación:
La Restauración de las gracias primaverales.
“García Moreno se paseaba un día por las arboledas de Luxemburgo con algunos de sus compatriotas, desterrados1 como él, pero cuyas ideas religiosas diferían de las suyas. La conversación vino rodando acerca de un infeliz que, obstinado en la impiedad, había rehusado los sacramentos en presencia de la muerte. Algunos de ellos, fanfarrones de ateísmo, aplaudían su conducta como irreprensible; porque, en fin, decían, este hombre ha tomado su partido en la plenitud de su conciencia y su libertad.
García Moreno, por el contrario, sostenía que si la irreligión se explica fácilmente en el curso de la vida por causa de su ligereza humana y de los negocios que absorben la atención, la impiedad a la hora de la muerte es una verdadera monstruosidad. Sus adversarios se desataron entonces contra el Catolicismo, amontonando sobre él todas las objeciones que la incredulidad opone a nuestros dogmas; pero aún en este terreno vieron que tenían que habérselas con un adversario más fuerte que ellos. Con su fe ardiente y su lógica implacable pulverizó sus vanas argucias, y luego, animándose por grados, les mostró no solamente la verdad, si no la soberana grandeza y la belleza ideal de los misterios cristianos, y todo con tal entusiasmo y tal sagacidad, que uno de sus interlocutores, para cortar la discusión, le dijo con una franqueza un tanto brutal: “habla usted como el libro amigo mío; pero me parece que descuida la práctica de una religión tan bella. ¿Cuánto tiempo hace que no se ha confesado?”.
Esta observación, que lo hería en lo vivo, dejó parado al elocuente polemista. Desconcertado, bajo un momento la cabeza y luego, mirando fijamente al adversario, le contestó: “me replica usted con un argumento personal que hoy puede parecerle excelente pero que mañana, se lo aseguro, no tendrá fuerza ninguna”
Y así diciendo, dejó bruscamente el paseo, se encerró en el cuarto con la más viva agitación, meditó largo tiempo sobre los años transcurridos desde el día en que a los pies del Obispo de Guayaquil se consagró a Dios con el mayor fervor. El Señor no la llamaba al servicio del altar, pero ¿lo dispensaba, por ventura, de amarlo con todo su corazón?
Bajo una profunda impresión de dolor cayó de hinojos, oró largo rato, y fue aquella misma tarde a confesarse con el primer sacerdote que encontró en la Iglesia. Al día siguiente se lo vio en la Santa Misa, dando gracias a Dios por haberlo obligado a ruborizarse de su negligencia y tibieza.
Desde aquel golpe de la gracia volvió a tomar sus hábitos de piedad para no dejarlos nunca. Casi todos los días se lo encontraba en San Sulpicio donde oía Misa antes de ponerse a trabajar. Diariamente rezaba también el Rosario, devoción que su piadosa madre había inspirado a todos sus hijos, el domingo los feligreses de San Sulpicio admiraron por mucho tiempo un extranjero de noble y grave continente, y de aire profundamente recogido, arrodillado, inmóvil ante el altar. Era el desterrado que encomendaba a Dios su alma, su familia y su patria.”
Renovando la faz de un país
En su vuelta a Ecuador, después de varios años de lucha en contra de los enemigos de la patria, Gabriel García Moreno consigue ser electo Presidente y continuar así su ardua y noble labor de mantener intacto ese gran tesoro de nuestro país; su Fe.
Nuestro Presidente era fiel conocedor de que toda esta Cruzada Contrarrevolucionaria no podía ser realizada sin el auxilio de la Gracia, y para la obtención de la misma, a pesar de sus numerosas ocupaciones, “consagraba todos los días media hora a meditar, como David, sobre la ley de Dios, sobre las diferentes manifestaciones de su amor al hombre, sobre su último fin. Estas consideraciones piadosas reavivaban su fe, inflamaba su corazón, afirmaban su voluntad en el bien. El texto del Evangelio le servía habitualmente de asunto de meditación. Hacía sus delicias y se lo sabía de memoria. Otro librito, la Imitación de Cristo, lo nutría de santos y sublimes pensamientos, no solo en casa, si no en sus viajes; porque lo había convertido en su compañero inseparable. Se comprende a simple vista, por el estado el pequeño volumen y del color de sus páginas que su dueño lo había convertido en su vademécum”
Santa Teresa en el libro de su vida, lanza esta exclamación: “¡Oh, si los reyes hiciesen todos los días media hora de oración, cuan presto se renovaría la faz de la tierra!” García Moreno fue el primer jefe de Estado que desde entonces realizó este voto del corazón apostólico de la Santa. Por eso debe contarse como el primero que desde 1789 ha trocado la faz de su pais.
La vida espiritual de un Jefe de Estado
En su libro de meditación, ya mencionado, el Kempis, se encuentran anotadas en sus últimas páginas las resoluciones que tomó nuestro Gran Presidente:
- Oración de la mañana; pidiendo particularmente la gracia de la humildad.
- Asistir al Santo Sacrificio de la Misa todos los días.
- Rezar el Santo Rosario todos los días.
- Meditar el Kempis diariamente
- Hacer siempre lo posible para conservar la presencia de Dios; sobre todo al hablar, refrenar la lengua.
- Levantar el corazón a Dios, ofreciéndole mis obras antes de empezarlas.
- Decir cada hora “Infernus domus mea est”, “la tumba será mi morada”
- En las dudas y tentaciones, decir: ¿Qué pensaré sobre esto en mi agonía?
- No rezar sentado en la cama.
- Hacer actos de humildad, como besar el suelo en secreto.
- Alegrarme de que censuren mis actos y persona.
- No hablar de mí nunca, no siendo para declarar mis defectos o malas acciones.
- Contenerme viendo a Dios y a la Virgen, y hacer lo contrario de lo que me incline, en caso de cólera: ser amable aún con los importunos.
- De mis enemigos no decir nada malo.
- Todas las mañanas escribir que debo hacer antes de ocuparme. Trabajo útil y perseverante, y distribuir bien el tiempo.
- Observar escrupulosamente las leyes.
- Todo Ad Majoriem Dei Gloriam, exclusivamente.
- Examen de conciencia antes de comer y dormir.
- Confesión semanal.
- Evitar aun las familiaridades inocentes con toda prudencia.
- No jugar más de una hora.
“Esta regla de vida pone en manifiesto el alma de García Moreno. Los que lo han tratado de cerca, cuentan con qué conciencia, con qué escrupulosidad cumplía sus diferentes disposiciones. No omitía ninguno de sus ejercicios de piedad: en el campo, en los viajes, se arrodillaba en un tambo perdido en medio de las selvas, y rezaba el rosario con su ayudante y las personas que lo acompañaban. Aunque fuese preciso largo rodeo, hallaba modo de oír Misa el domingo, y con frecuencia la ayudaba él, en lugar de la persona encargada para este servicio. A caballo muchas veces día y noche, llegaba a la capital muerto de fatiga, y sin embargo, iba a la Iglesia para oír Misa antes de entrar en su casa”
“Hallándose un día, García Moreno, en medio de obreros irlandeses que había traído de los Estados Unidos para establecer una sierra mecánica, examinó su trabajo; luego, después de una comida campestre que les dio a sus expensas, interrogó a sus convidados acerca de las costumbres religiosas de su país, y les preguntó si sabían los cánticos de la Santísima Virgen. Los buenos irlandeses se pusieron a cantar con entusiasmo. “Decidme ¿queréis mucho en vuestro país a la Virgen María?” preguntó el Presidente. “¡Oh! La queremos con todo nuestro corazón”. “Pues bien, hijos míos, pongámonos de rodillas y recemos el rosario para que perseveréis en amar y servir a Dios”. Y todos juntos, arrodillados en torno del presidente, con lágrimas en los ojos rezaron piadosamente el Rosario” 2.
Esta vida espiritual tan elevada y vivida con tanta intransigencia, llegó a su auge en el momento trágico y sublime en que el Presidente Mártir, a ejemplo de Nuestro Señor, derramó su sangre por el Ecuador.
En estos funestos tiempos que atraviesa el Ecuador y el mundo entero, pidamos que así como la sangre de los mártires fueron semilla de cristianos, la sangre de Don Gabriel García Moreno produzca en nuestros días verdaderos defensores los derechos de Dios y de su Iglesia, pues los hombres mueren, pero ¡Dios no muere!
NOTAS:
1: Gabriel García Moreno en la época del presidente Urbina había realizado toda una campaña denunciando las fechorías cometidas por este, y no solo recriminando su mala política gubernamental, si no también toda la persecución religiosa que estaba perpetrando. Todo esto fue publicado por don Gabriel en su periódico “La Nación” que tan solo dos horas después de haber aparecido a la luz sus lectores ya se encontraba un decreto de arresto por parte del presidente que acabo llevándole al exilio.
2. trechos obtenidos del libro: “García Moreno Vengador y mártir” escrito por el Rev P. Alfonso Berthé