La meta marxista de subvertir anárquicamente la sociedad y el alma humana en el siglo XXl
Los comunistas no disimulan que su meta final es instaurar la anarquía, es decir, la abolición de todas las formas de jerarquía, moralidad y orden en la sociedad, para sustituirlas por un caos igualitario y libertario. Pero, como explica el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira en su magistral ensayo Revolución y Contra-Revolución (1959), para que ese caos sea durable, se requiere destruir también el orden y la jerarquía en el interior del propio hombre; es decir, abolir el dominio que ejercen en el alma humana los componentes espirituales –la inteligencia y la voluntad– sobre el componente material, los sentidos; dominio siempre arduo, como todos sabemos por experiencia propia, ya que en consecuencia del pecado original nuestra sensibilidad está continuamente inclinada a rebelarse contra la recta razón.
Liberando de la tutela de la racionalidad los apetitos sensibles –los impulsos, los instintos, las pasiones, las emociones–, el hombre pierde el señorío sobre sí mismo. Y de esa manera se va instalando dentro de su alma un desorden creciente: la esclavitud a impulsos caprichosos o descontrolados evidencia justamente una anarquía interior. Es hacia ese caos que conduce, por ejemplo, la llamada revolución cultural iniciada en los años 60, cuyo exponente más notorio es la “generación del «rock and roll»”, caracterizada por “la espontaneidad de las reacciones primarias, sin el control de la inteligencia ni la participación efectiva de la voluntad” y por el “predominio de la fantasía y de las «vivencias» sobre el análisis metódico de la realidad”.
Y es aquí donde entra el papel de la droga. Es fácil ver cuánto su difusión puede agravar hasta el paroxismo ese resbalar de la mente hacia el mundo de la pura fantasía, y cómo esto coincide con la meta marxista de subvertir interiormente al hombre.
“Fusión colectivista tribal”, pérdida del “yo” individual y masificación.
Pero el papel revolucionario de la droga va aún más lejos. En 1976, casi veinte años después de publicado Revolución y Contra-Revolución, el autor le añadió una importante IIIª Parte, en la que ahonda en el análisis de ese proceso, mostrando que una forma concreta de conducir hacia la anarquía es a través de lo que denomina “fusión colectivista tribal”. En las tribus más primitivas –explica– hay una especie de sentir y querer comunes que sustituyen a la razón y la voluntad individuales, las cuales se atrofian hasta quedar reducidas a su mínima expresión. En ese sentir común tribal se disuelven y fusionan todos los “yo” individuales, resultando de ahí una especie de “personalidad colectiva”, puramente sensorial, que es dirigida por los hechiceros, chamanes y congéneres.
Un fenómeno similar ocurre hoy, precisamente en las sociedades masificadas y cada vez más despersonalizadas de Occidente. En ellas el papel de “hechiceros” es ejercido por una profusa cohorte de especialistas en manipular emociones colectivas: disc-jockeys, cabecillas de barras bravas, “animadores” religiosos como los de ciertas sectas pentecostales, líderes de alucinantes espectáculos de masas (demagogos, “cantautores”, rockeros), etc., todos ellos dedicados a excitar la sensibilidad colectiva de sus seguidores-masa, ayudados por una parafernalia visual y auditiva cada vez más sofisticada y estridente.
El papel de la droga:
La “eucaristía del demonio” una tenebrosa comunión con lo preternatural.
Pero toda esa manipulación de masas, destinada a hacer que los hombres pierdan su identidad individual, no produciría pleno efecto si no contara con un poderoso elemento activador, la droga. Es a través del narcótico, del alucinógeno, que en las tribus más degradadas el hechicero puede manipular en un plano pseudo-“místico” la psiquis colectiva, mediante “cultos totémicos cargados de mensajes confusos pero «ricos» en fuegos fatuos o hasta en fulguraciones provenientes muchas veces del mundo de la transpsicología o de la parapsicología. Por medio de esas «riquezas» el hombre compensaría la atrofia de la razón”.
Hacia ese estado conduce la nueva etapa comuno-tribal en la que vamos ingresando. Es la fase de la razón atrofiada, o del “pensamiento salvaje”, como lo denominó un pionero de la revolución cultural de los años 60: la etapa en que la alucinación debe destronar a la razón, y una irracional manía de sensaciones debe llegar a las últimas profundidades de la mente humana. Pero, repetimos, ese extremo sería inalcanzable sin el concurso de la droga, que hace el papel –valiéndonos de una expresiva comparación de Plinio Corrêa de Oliveira– de una “eucaristía del demonio”: una tenebrosa comunión con lo preternatural, por la cual el hombre se hunde en un seudo-éxtasis de irracionalidad que lo aniquila mental, moral y físicamente.
Alucinógenos y marxismo
Si tal es la importancia de los alucinógenos para anarquizar al hombre, se comprende perfectamente por qué en la actual fase revolucionaria, en varios países europeos y de América los partidos socialistas y la izquierda en general rompen lanzas por la liberalización del consumo de ciertas droga, como es el caso de Ecuador donde está aprobada una tabla de consumo de sustancias psicotrópicas y estupefacientes como la marihuana, heroína, MDA, éxtasis y anfetaminas, que desde el 2013 viene carcomiendo a la niñez, a la juventud y a las familias ecuatorianas, situación que empeora aún más, permitiendo la asamblea por medio de las reformas al COIP bajo pretexto del uso medicinal de la marihuana la plantación de la misma en el país. Y es que la droga, “liberando” al hombre de la “opresión” de la razón, lo convierte en un perfecto anarquista interior; y esto acorta las etapas para establecer la anarquía en toda la sociedad, como la quiere el marxismo.
La alianza marxismo-narcotráfico-guerrilla no es, pues, un fenómeno casual y fugaz, fruto de circunstancias fortuitas, sino una estrategia calculada en el pasaje del comunismo hacia su fase final anárquica.
Dos tipos humanos opuestos, la gran confrontación que se avecina
Por lo tanto, una visión actualizada del marxismo en nuestros días impone tener en vista que el conflicto comunismo-anticomunismo se trasladó del terreno socioeconómico a un campo preponderantemente psicológico, donde está dando origen a una nueva confrontación, ahora de tipos humanos y modos de ser.
De un lado está el neo-revolucionario tribalista, entregado al desorden total de los sentidos, del que hacen parte la adicción a los estupefacientes, el libertinaje sexual, y todas las formas de frenesí inducido, como medio de impeler a la sociedad actual hacia un estado de cosas neo-tribal. Es el “hombre-nuevo”, producto de un embrutecimiento programado, que es precisamente la nueva estrategia del comunismo y del socialismo.
En el extremo opuesto está el hombre de fe y de principios, el católico verdadero, que conservando el orden de las potencias de su alma –es decir, la lucidez de su inteligencia iluminada por la gracia, la fuerza de su voluntad sometida a la razón, y el equilibrio de sus sentidos– encarna el prototipo más actualizado y más eficiente del batallador contra-revolucionario.
Estos son los dos paradigmas que personifican dos polos metafísico-religiosos opuestos, hacia los cuales el Ecuador y el mundo están siendo llevados a optar, de forma imperceptible pero inexorable.
Preparémonos, pues: lo queramos o no, esa opción se aproxima de nosotros, y más rápidamente de lo que imaginamos…
[…] [1] https://tradicionyaccionec.org/2019/10/25/las-drogas-estan-destruyendo-a-la-familia-ecuatoriana/ […]